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lunes, 12 de marzo de 2012

Ella









Amanece con una leve llovizna. El olor de la grama mojada se cuela en su habitación mientras el sonido del choque de las olas se escurre desde la playa.

El cielo está nublado y sopla un poco de viento. la cortina transparente de la única ventana de su habitación se levanta para que la alarma de una ambulancia entre, ella se despierta de repente. Sin mover una extremidad abre los ojos y con tristeza se dice a si misma <<Él no va a llamar>> se sienta en la cama y mira el reloj rojo y redondo que conservaba desde su cercana infancia, marca las ocho en punto. Pone los pies en el piso de madera que de vez en cuando se queja, está frío y encoje los dedos, los vuelve a colocar esta vez más despacio; toma un lazo de su mesa de noche e improvisa un moño, pero a los diez segundos decide que es mejor dejar el pelo suelto ya que el clima no la deja tener el cuello descubierto. Juega con el lazo entre sus dedos mientras camina hacia la ventana, se da cuenta que había dejado la ventana abierto la anoche anterior y se siente afortunada de que nada malo le había ocurrido. Una sonrisa se esboza en sus labios, pero se reprime, no la siente sincera. 
De repente sus labios se sienten secos y ella los humedece lentamente, su piel despierta entonces y se pone nerviosa, su corazón despide una sensación de deseo, una corriente eléctrica que se transmite a través de cada una de sus venas y vuelve al corazón. Toca su labios suavemente con la punta de sus dedos y recuerda la sensación de aquella noche. Cuando la respiración de él se hacia cada vez más cercana, y su cercanía la asustaba un poco, la primera sensación de invasión a su espacio personal la había experimentado aquella noche, cuando los labios de él tocaron suavemente los suyos y el mundo al rededor no importaba ya, en ese instante algo se encendió en ella, se hacía cada vez más grande y más ardiente aunque ella intentaba evitarlo, le era imposible detener el deseo de su corazón. Aquella sensación del movimiento de los labios de su amado la asustaba, pero a la vez le producía tranquilidad, realización, alegría. Un sentimiento contradictorio.
Alguien entra a la habitación y ella simula que nada ha pasado, pero sus pasos se hacen torpes y sus piernas aún tiemblan, el viento sopla de nuevo. Por fortuna es su madre, ella lo sabe todo, le pregunta si quiere leche en el desayuno y se devuelve por donde entro con la misma actitud descomplicada.
Ella se tira en la cama y se abraza, sus manos intentan imitar las caricias de él, pero es en vano, no produce la misma satisfacción.



[Esto lo escribí el 15 de enero de 2011]

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